El pueblo maya vivía en un hábitat desértico con
lluvias irregulares, por lo que desarrollaron una amplia variedad de canales,
reservas y otros sistemas para almacenar el agua. Los periodos sin
precipitaciones tuvieron lugar en 810, 860 y 910, y duraron aproximadamente una
década cada uno. Los investigadores hallaron las pruebas de esta catástrofe
ambiental en los sedimentos de la Fosa de Cariaco, en el norte de Venezuela,
que registran las estaciones húmedas y secas del pasado.
Desaparición de la cultura maya
La caída de Teotihuacan, ocurrida en la segunda mitad
del siglo VIII, permitió el florecimiento de los grandes núcleos de población
que los pueblos mayas habían construido en las Tierras Altas. De esta suerte,
Tikal, Toniná, Yaxchilán y muchas otras ciudades vivieron su época de mayor
apogeo entre los siglos IX y X. Por mucho tiempo se insistió en que la razón
del declive de los principales centros urbanos mayas era un misterio. Sin
embargo, la intensa investigación arqueológica en la región que ocuparon estos
Estados del período Clásico de Mesoamérica ha puesto de manifiesto algunas de
las razones por las cuales los mayas se vieron precisados a abandonar las
ciudades a la selva.
En primer lugar se trataba de pequeños Estados que se
hallaban en guerra permanente unos con otros. Las estelas de Toniná indican que
la élite gobernante de esa ciudad emprendió una agresiva campaña militar que la
llevó a ocupar sitios tan importantes como Palenque, Piedras Negras y Bonampak.
No es extraño que otros Estados de la región pudieran haber emprendido campañas
similares, que habrían dejado arruinadas a varias ciudades. Por otra parte, en
esta época tuvo lugar un desajuste climático como consecuencia del fenómeno de
El Niño. El clima debió tener graves consecuencias para la agricultura en el
Área Maya, como lo tuvo también en las tierras altas del Centro de México.
Puesto que culturalmente estas catástrofes eran atribuidas a la inefectividad
de la clase sacerdotal, la gente del pueblo debió lanzarse contra ellos,
culpándolos de la escasez de alimentos y otros bienes necesarios para la vida.
Uno de los síntomas de la decadencia maya en el período Clásico es la ausencia
de monumentos conmemorativos (las llamadas estelas) posteriores al año 889 d.
C., celebrada sólo en algunos sitios de la región. Durante los siguientes
siglos, no volvería a emplearse la Cuenta Larga en las inscripciones
calendáricas mesoamericanas, lo que pone de relieve la conclusión de una
tradición cultural.
Además de la Cuenta Larga (ese sistema de cuenta del
tiempo que tanto ha sorprendido por su exactitud y abstracción), lo único que
abandonaron los mayas del período clásico fueron las grandes ciudades. Nunca
existió una migración masiva hacia Yucatán, aunque algunos grupos lo hubieran
hecho. La mayor parte de la población se quedó en la zona, y durante el período
posclásico contribuyeron a un nuevo período de apogeo, aunque no de la misma
magnitud. El más importante de los Estados de las Tierras Altas en el período
Posclásico fue el quiché, en Guatemala.
Tanto los mayas de Yucatán como los de las Tierras Altas
y la Costa del Pacífico recibieron la influencia de los pueblos migrantes
provenientes del altiplano y el área oaxaqueña. Estos grupos fueron empujados a
su vez por los antiguos pueblos que abandonaron la zona meridional de la
altiplanicie Mexicana cuando el desastre ecológico hizo imposible la
agricultura allí. En el sur, establecieron Estados independientes, con
características culturales de ascendencia nahua. Entre estos grupos estaban los
pipiles, que se establecieron en la costa de Guatemala y El Salvador. En la
península de Yucatán, los pueblos nahuatlizados (fuera porque eran realmente
nahuas o habían adoptado muchas de sus características, como los chontales)
contribuyeron a un nuevo florecimiento de los pueblos mayas.
Las ruinas de las grandes ciudades antiguas estaban muy
aisladas del mundo exterior y eran poco conocidas excepto por la gente nativa.
En 1839, el viajero estadounidense John Lloyd Stephens, escuchando comentarios
sobre ruinas perdidas en la selva, visitó Copán, Palenque, y otras ciudades con
el arquitecto y dibujante Frederick Catherwood. Sus diarios ilustrados sobre
las ruinas encendieron un fuerte interés en la región y sus habitantes (también
en Estados Unidos y en Europa).
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